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LIBRO
PRIMERO
ORIGENES DE
LA IGLESIA EN MEXICO
1511—1548
CAPITULO II
GEOGRAFIA
DE ESTA HISTORIA
Geografía
imaginaria de los conquistadores.— El mapa de ESTE LIBRO.— EL ANAHUAC A VISTA DE
PAJARO.— DE NUESTROS CLIMAS.— Dificultades de los caminos.— Una jornada de
mérito.— La NAVEGACION DESDE ESPAÑA.— COMO LLEGABAN.— PALABRAS DE
ZUMARRAGA.— IMPRESION QUE HIZO ESTA TIERRA A LOS CONQUISTADORES.— EL NOMBRE DE
NUEVA ESPAÑA.
ANTES de
penetrar con los primeros conquistadores espirituales y fundadores de la
Iglesia Mexicana, bueno será que, siquiera sea someramente, contemplemos el
mapa de lo que fué teatro de sus verdaderamente heroicas empresas.
Ellos no
pudieron hacer lo mismo y por esto se acrecienta su gloria. Tuvieron que
desembarcar y hacer sus primeras marchas por más de treinta años, sin más mapa
que los ficticios que podían desarrollar en su imaginación, apoyándose en las
noticias inciertas, vaguísimas y a veces contradictorias que por medio de
intérpretes podían obtener de indios amigos con muy dudosa amistad.
En los
primeros memoriales que envió Cortés, se puede observar con compasiva sonrisa,
esta pobreza de noticias geográficas. No sabía él más que había un gran país
que él llama Coluacan, y que por cuenta propia se le antojó ser una isla.
Todavía diez años después, o sea en 1531 oyéndolo sin duda de los más
autorizados conquistadores, escribía el Jefe de los misioneros con mucha
seriedad: “Nosotros ciertamente estamos puestos en las últimas partes del
mundo, en la India, en el Asia Mayor...”
Aun cuando
durante el período histórico que para este volumen nos hemos fijado, o sea desde
el año 1511 hasta el 1538, diversas excursiones de misioneros habían ya
penetrado y cruzado buena parte de la hoy República Mejicana, la Iglesia, sin
embargo, no pudo considerarse establecida, organizada y con historia, sino en
la mitad poco más o menos del territorio que hoy constituye esta nación,
llamada entonces por sus habitantes Anáhuac.
Nuestro
mapa principal o sea el de la Iglesia organizada, se limita al Norte por la
línea que partiendo de Tampico, pasa por Zacatecas y Sombrerete y termina en
Mazatlán, al Este por el Golfo de México y el Mar de las Antillas, al Poniente
por el Pacífico, llamado entonces el Mar del Sur, y a Mediodía por Guatemala.
La Iglesia de este último país, casi coetánea a la de México, por especiales
razones, sólo de una manera incidental entrará en nuestros relatos.
El
territorio de que principalmente nos ocupamos tiene una extensión de 852,403
kilómetros cuadrados, comprendiéndose entre los grados 12 Este y 8 Oeste de
longitud partiendo del Meridiano que pasa por la ciudad de México y entre los
grados 14 y 23 de latitud Norte.
Forma la
tierra un inmenso arco abierto hacia el Norte y el Golfo de México, cuya
primera mitad desciende hasta el Suroeste desde el extremo de la península de
Maya o Yucateca, hasta el itsmo de Tehuantepec, ascendiendo la segunda rumbo al
Noroeste, y ensanchándose en esta dirección.
La
configuración del terreno y sus accidentes son también muy dignos de
consideración para nuestro propósito.
La
gigantesca cordillera, que recorre todo este territorio, penetra por el Sur de
México. Formando revueltos nudos en Chiapas, envía una de sus ramas por la
península Maya, y se recoge para cruzar el itsmo de Tehuantepec. En Oaxaca se
vuelve a dividir en dos grandes cadenas, que van separándose para seguir la
una las costas del golfo por el Norte de Veracruz, de Puebla, Querétaro y San
Luis, para reunirse por Jalisco con la otra cadena que costeando el Pacífico
viene por los hoy estados de Oaxaca, Guerrero y Michoacán.
México a
vista de pájaro, más que un país montañoso, parecería una inmensa montaña, que
surgiendo de entrambos mares, ocupa todo el territorio de la una a la otra
playa; montaña abrupta y cortada a pico por el Sur y el Oeste, y de suave
pendiente
que va
gradualmente descendiendo en el abismo, por el rumbo del Este.
Entre las
principales eminencias del terreno a que también tuvieron que remontarse y para
fines apostólicos, los misioneros, se cuentan el Popocatepetl, o montaña
humeante, a 5.452 metros sobre el nivel del mar y el pico de Orizaba a 5.550,
otros 6 montes de más de 4.000 metros y 5 de más de 3.000
La altitud
a que se encuentran algunos de sus valles, donde está la parte más evangelizada
de la tierra, y que constituye un problema aún no resuelto sobre la formación
de los mismos, es notable.
El valle de
México, donde se asienta la ciudad de este nombre, centro y corazón político de
toda la tierra, está a 2.270 metros sobre el nivel del mar, el de Toluca a
2.580 metros y el de Puebla a 2.000.
La misma
rapidez de las pendientes dispersa las aguas que bajan por las montañas,
multiplicando así el número de ríos, pero impidiendo que éstos se engrosen, y
ello es la causa de que haya en México tan pocos ríos navegables. Tenemos, aun
sin hablar de las áridas planicies del Norte, y ciñéndonos a nuestro mapa,
multitud de pequeños valles, sobre todo en las grandes cordilleras, al
Suroeste, completamente cerrados. El agua que a ellos desciende, no teniendo
salida ni curso, se precipita en el fondo de la tierra, por multitud de pozos
de hasta 4 metros de diámetro, dándose en torno suyo la más espantosa aridez.
Estos
fueron los terrenos que no había recorrido Motolinia, cuando escribía: “Son
tantos los arroyos y ríos que por todas partes corren en estas montañas, que
me permitieron en espacio de 2 leguas contar 25 ríos y arroyos, y esto no es en
la tierra donde más agua había, sino así yendo acaso se me ocurrió contar los
ríos y arrollos que podía haber en dos leguas y por otra parte se hallará esto
que digo y más, porque es tierra muy doblada”, y muy seca por otras, podían
añadir otros misioneros, agobiados no pocas veces por la sed.
Los
principales ríos de que en su viaje tuvieron conocimiento los conquistadores
eran: el de Grijalva en Tabasco, el de Alvarado en
Veracruz, el de Pánuco en la Provincia de este mismo nombre, el río grande o de
Tolotlán en la Nueva Galicia y el de Zacatula al Sur, en el hoy estado de
Guerrero.
La
constitución de los valles que van escalonándose desde el clevadísimo de
Toluca, hace muy natural la formación de lagos, algunos de los cuales
existentes en el siglo XVI, han ya desaparecido.
Los
principales son: el de Lerma y el de Texcoco y sobre todo el de Chapala, cuyas
dimensiones le merecieron entre los antiguos el nombre de mar Chapálico.
Del clima
de México, aún más que tratándose del de otras regiones, es imposible hablar
en absoluto. El estar en la zona tórrida significa muy poco al lado de los
otros factores, o sea la altitud, altura y longitud de sus montañas, con las
correspondientes cordilleras y valles más o menores abiertos, que entre ellas
se forman.
En muy
pocas leguas de extensión se registran muy diferentes temperaturas, ardientes
unas como las de Mezcala, y bajísimas otras como las que reinan entre las
perpetuas nieves del Popocatepetl. Recordemos a este propósito lo que nos
dice un misionero del siglo XVI, relatando uno de sus viajes por la Mesa
Central de México. Dice que “a poco de subir, partiendo de Xochimilco y cuando
ya llegaban al lado de la parte del Sur, notaron un viento tan frío como la
mesma nieve, helándoseles los pies y las manos y aún las narices por un rato,
y uno de los caminantes sintió tanto este fresco que sin sentir se le cayeron
las riendas de las manos, sin acordarse si las llevaba él. Momentos después, en
la baja de aquel puerto—añade—hay muy malos caminos, llenos de tantas piedras y
riscos que no se podía andar sino con dificultad y trabajo, porque con el polvo
no se veía el camino, y por no tragarlo era menester cerrar bien la boca y
además de esto, hacía un calor tan excesivo del sol que les daba en el rostro,
que quemaba las entrañas”.
Reina en
las costas la temperatura tropical a medida que se avanza a la Mesa Central de
las grandes planicies escalonadas, va descendiendo la columna termométrica en
relación constante con el barómetro. El cambio de temperatura, sin embargo, no
es suave ni gradual, sino muy irregular y a veces muy repentino, y esto no solo
se verifica con el cambio de lugar, sino en muchas regiones,
sobre todo en la Mesa Central, hay en el mismo día cambios muy bruscos, aunque
esto rara vez se observa en los lugares cercanos a la costa.
Dividimos,
los mexicanos, nuestro territorio en tierra fría y tierra caliente, porque hay
una línea que aunque muy irregular, viene de Oaxaca hasta Jalisco, marcando la
división entre la zona templada y la caliente, tan precisa y exactamente, que
en la misma huerta por donde pasa, de un lado de la línea se producen todos y
sólo los frutos propios de una zona, como son el plátano y la caña, y del otro
lado todos y sólo los frutos de la zona templada.
El cambio
de estaciones no es en México prácticamente sensible, y por eso en la vida
usual, el pueblo no distingue más que el tiempo de aguas, que lo es muy de
veras, y el tiempo de secas, que es otro tanto.
Comparativamente
hablando y a pesar de cuanto hemos dicho del clima, debemos decir que no fué
éste ciertamente, la mayor dificultad de los misioneros.
Los mayores
fríos de México no son comparables con los de Europa. En la parte más
evangelizada, pocas veces baja el termómetro a cero, y la calefacción de las
habitaciones por medio del fuego, ni se conoce ni se necesita.
“Toda
aquella tierra es templada —dice el misionero hablando de la mayor parte de México— más
fría que caliente, pero llévase el frío con suavidad, que no es menester
lumbre ni fuego para soportarlo, ni zamarra ni capa de marta. Sabe bien la
frazada, aunque sea doblada, y no hace mucho daño no tenerla”.
Los grandes
calores no superan a los de Castilla, y se hacen sentir mucho menos que en
Andalucía.
Lo que
verdaderamente ofrecía dificultad a nuestros primeros pobladores, mayor tal vez
que en ninguna otra región de América, era el trasladarse de un lugar a otro,
dificultad que apenas podemos hoy apreciar si no nos internamos a distancia de
las vías férreas y carreteras.
Al
principio, o sea durante la primera mitad del siglo XVI, había que contar muy
en serio con las posibles acometidas de indios enemigos; hasta hace pocas
décadas también con las fieras
de los
montes y siempre con las desigualdades del clima y del terreno y con las
enormes distancias que separan a nuestras poblaciones.
Nada nos da
una idea tan exacta ni tan gráfica de esta última dificultad como la ya citada
relación de los viajes de Fr. Alonso Ponce, cuyos andares y desandares,
fatigas, quebrantos y verdaderas angustias, fueron las usuales en todos
nuestros caminantes de aquella época y mayores aún, como fácilmente se
comprende, en los que, por ser los primeros, tuvieron que arrostrar los propios
dt todo explorador en nación enemiga. Desde Veracruz le vemos ya nervioso con
los “alacranes rubios o bermejos y con las niguas más chicas que las más chicas
pulgas, que se entran por las uñas metiéndose por la carne y engordando muy
aprisa hasta que están tan grandes como granos de cañamón o de lenteja”. Pasaba
en la mayor parte de sus jornadas por pasajes ideales pero en muchas ocasiones
se veía rodeado de dificultades implacablemente reales. Así lo veremos
atravesar en una jornada treinta y seis veces un mismo río de curso
revueltísimo, cruzar otro entre zozobras continuas con el auxilio de calabazas
puestas al estómago, dar en seguida con una llanura apacible para, de repente,
“tropezar con un bellaco de río” como le llama su secretario que por ser ya
cerrada la noche les hizo aguardar hasta el día siguiente. Otro día “comenzó
luego a subir unas cuestas y sierras muy altas, tan prolongadas que tienen
ocho o nueve leguas de subida y bajada, de camino muy malo y pestilencial y de
pasos muy peligrosos, entre los cuales hay uno que dicen el Salto del Puerco,
el cual, aunque a la ida no espantó porque por ser de noche no se vió el
peligro después, a la vuelta que el padre Comisario pasó por allí de día, por
la tarde, considerada la profundidad tan grande que hay en lo bajo de un paso
tan angosto y estrecho, ponía grima, espanto y horror; anduvo aquella madrugada
antes que amaneciese tres leguas largas, y pasó en ellas tres arroyos, y
llegando a un rancho donde descansan las recuas y harrias, no pudiéndose valer
de sueño, se recostó en una barbacoa, en la cual, aunque era de palos gruesos y
mondos, sin colchón ni frazada ni cosa desta vida, durmió hasta la mañana, lo
mismo hicieron los compañeros en otras camas al tono, porque todos llevaban la
mesma necesidad; luego en siendo de día prosiguió su viaje y el subir de
aquellas cuestas”.
Ya que de
dificultades en los caminos vamos tratando, no podemos menos de retroceder
para darnos cuenta de la principal y común a todos los emigrantes o sea la
navegación desde Sevilla.
No
intentamos describir los viajes primitivos a nuestras playas ni tal vez los
mismos pilotos que los dirigieron pudieran hacerlo. Tampoco podemos hablar de
viajes ordinarios, pues cada uno resultaba extraordinario con sus peripecias y
sus consiguientes retrasos.
Presentaremos
la navegación ideal, pocas veces realizada, tal como aparece en un curioso
documento, fidedigno aunque anónimo, que descubrimos entre los papeles de Don
Juan Díaz de la Calle. Hélo aquí:
“En la
navegación de San Juan de Ulúa se navegan desde Sevilla como 1.700 leguas en
dos meses y medio. Para salir de San Lúcar es menester que concurran cuatro
cosas: piloto diestro, viento a propósito, corriente de aguas vivas y luz del
día o de faroles, para ver las marcas de la barra.
Los tiempos
para comenzar esta navegación son diferentes. Para Nueva España pasado el
invierno desde principios de Abril hasta pasado Mayo, y no después, porque no
se llegue a las islas del mar del Norte después de Agosto, cuando reinan los
vientos nortes y comienzan los huracanes que son tormentas deshechas de
refriegas de vientos diferentes y contrarios.
De San
Lúcar se va en demanda de las Canarias, hasta donde ponen los marineros como
doscientas y cincuenta leguas de navegación de ocho o diez días con tiempos
ordinarios, por el golfo de las yeguas, que en invierno es peligroso de
tormentas. Surgen y toman refresco en la gran Canaria y antiguamente en la
Gomera.
De las
Canarias a la isla Deseada y Dominica hasta donde ponen 700 leguas por el golfo
grande que llaman del Océano. Se suelen tardar 25 días o algo más.
Por ese
camino no se puede volver, a causa de ser las brisas ordinarias y contrarias a
la vuelta. En la Deseada y Dominica toma la flota agua y leña y va en demanda
del Cabo de San Antón en la parte última y más occidental de la isla de Cuba,
hasta donde se navegan como quinientas leguas en veinte días, deordinario se
prosigue a vista de San Juan de Puerto Rico y de la Española, corriendo la costa
hasta el puerto de Ocoa que está a 18 leguas de Santo Domingo al occidente,
donde se toma refresco. De allí por entre las islas de Cuba y de Jamaica con el
resguardo de los bajos que llaman los jardines, junto al medio de la costa en
Cuba, donde se han perdido muchos navios, pasando después a la vista de la isla
de Pinos y Cabo de corrientes, doce leguas antes del Cabo de San Antón.
Desde allí
hasta el Puerto de la Veracruz, se siguen dos derrotas, entrambas de ocho o
nueve días: una que llaman de por dentro, de 250 leguas y para tiempo de
verano, cuando no hay nortes y es la travesía por la costa de Yucatán. Otra
llaman de por fuera, para tiempo de invierno, como de 280 leguas, algo más
metida en altura”. Hasta aquí el MS citado.
Después de
luchar con muchísimos peligros en las playas de Ulúa, anclaban las naves para
dar salida a centenares de cadáveres ambulantes, que tal parecían los pasajeros
después de tres, seis y hasta diez meses de navegación con sus calmas de
vientos, cuarentenas rigurosas, pánicos de corsarios, mal pasar y mal comer,
galleta rancia y bacalao, y como cosa ordinaria, con peste a bordo.
Muy de
recordarse son las palabras que a este propósito escribía dieciocho años
después del primer viaje Fr. Juan de Zumárraga al Consejo de Indias el 24 de
Noviembre de 1536.
“Lo que al
presente se ofrece avisar a V. S. y merced es, lo primero, que con dolor de mi
alma digo, que tengo relación que de la gente que vino en estos navios, en la
Vera Cruz y en el camino y llegados a esta ciudad, son enterrados más de
doscientas personas, y muchos días ha habido que en la Vera Cruz han enterrado
ocho y nueve personas, y de allí acá por todo el camino hay hartas sepulturas
de muertos sin sacramentos y sin confesión; e yo he platicado con el Visorrey
sobre el remedio que se puede poner y de presente me parecía que en medio del
camino, a treinta o cuarenta leguas que hay pueblos, hubiese un monasterio de
religiosos que visitasen las ventas y anduviesen por aquel camino visitando los
enfermos, mayormente en este tiempo, que siempre es más enfermo. Los que
embarcan en Sevilla por el mes de Agosto, como dos veces yo he embarcado, y
aportan aquí octubre y noviembre que se acaban las aguas, todos corren peligro,
y siempre, a lo menos la tercia parte muere. Convendría que se hiciesen
tres
hospitales, uno en medio del camino, otro en la Vera Cruz y otro en la Puebla de
los Angeles. Sería gran obra de misericordia, porque ya que algunos fallezcan
no vayan sin sacramentos; e que S. M. mandase que ningún navio salga para acá
de Sant Lúcar en el mes de Agosto, y sería bien que ni en julio ni septiembre,
pues la experiencia muestra la gente que muere de los que llegan en estos meses
ya dichos. El domingo pasado me dieron memoria los curas de sesenta y más
muertos en esta ciudad, en sólo este mes de noviembre, de los que vinieron en
estos navios, y me fué dicho que son más de doscientos los enterrados en el
camino”
Nótese ya,
aunque sea de paso, la influencia de la Iglesia en el bienestar social y
pasemos adelante en nuestra descripción del Anáhuac.
Llenas
están las relaciones primitivas de descripciones de nuestra fauna, flora y
riquezas de todo género que encontraron en el país. Como solo indirectamente
relacionados con nuestro tema, sólo cuando y cuanto convenga irán apareciendo
en esta historia. Por ahora nos contentaremos con la que el primer
Ayuntamiento que hubo en nuestra patria envió a los Reyes de Castilla.
“Esta
tierra, muy poderosos señores, donde ahora en nombre de VV. MM. estamos, tiene
cincuenta leguas de costa de la una parte y de la otra de este pueblo; por la
costa de la mar es toda llana de muchos arenales, que en algunas partes duran
dos leguas y más. La tierra adentro y fuera de los dichos arenales es tierra
muy llana y de muy hermosas vegas y riberas en ellas, tales y tan hermosas que
en toda España no pueden ser mejores, ansí de apacibles a la vista como de
fructíferas de cosas que en ellas siembran, y muy aparejadas y convenibles, y
para andar por ellas y se apacentar toda manera de ganados. Hay en esta tierra
todo género de caza y animales y aves conforme a los de nuestra naturaleza, ansí
como ciervos, corsos, gamos, lobos, zorros, perdices, palomas, tórtolas de dos
y de tres maneras, codornices, liebres, conejos; por manera que en aves y
animales no hay diferencia de esta tierra a España, y hay leones y tigres a
cinco leguas de la mar por unas partes y por otras a menos. A más va una gran
cordillera de sierras muy hermosas, y algunas de ellas son en gran manera muy
altas, entre las cuales hay una que excede en mucha altura a todas las otras, y
de ella se ve y descubre gran parte de
la mar y
tierra y es tan alta que si el día no es bien claro no se puede divisar ni ver
lo alto de ella, porque de la mitad arriba está toda cubierta de nubes, y
algunas veces, cuando hace muy claro día se ve por encima de las dichas nubes
lo alto de ella, y está tan blanco que lo juzgamos por nieve, y aun los
naturales de la tierra nos dicen que es nieve; mas porque no lo hemos bien
visto, aunque hemos llegado muy cerca, y por ser esta región tan cálida, no lo
afirmamos ser nieve. A nuestro parecer se debe creer que hay en esta tierra
tanto, cuanto en aquella de donde se dice haber llevado Salomón el oro para el
templo”.
Hay dos
sierras “muy altas y muy maravillosas; porque en fin de Agosto tienen tanta
nieve, que otra cosa de lo alto de ellas no parece. De la una, que es la más
alta sale muchas veces así de día, como de noche tan grande bulto de humo como
una gran casa, y sube encima de la Sierra hasta las nubes tan derecho como una
vira. Es tanta la fuerza con que sale, que aunque arriba en la Sierra anda
siempre muy recio viento, no lo puede torcer: Y porque yo siempre he deseado de
todas las cosas de esta tierra, poder hacer a Vuestra Alteza muy particular
relación, quise de ésta, saber el secreto, y envié diez de mis compañeros,
tales cuales para semejante negocio eran necesarios, y con algunos naturales de
la tierra, que los guiasen. Les encomendé mucho procurasen de subir la dicha
Sierra, y saber el secreto de aquel humo, de dónde, y como salía. Los quales
fueron, y trabajaron lo que fué posible por subir, y jamás pudieron a causa de
la mucha nieve, que en la Sierra hay, y de muchos torbellinos, que andan por la
Sierra y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad, que arriba hacía;
pero llegaron muy cerca de lo alto; y tanto que estando arriba comenzó a salir
aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpetu, y ruido, que parecía, que toda
la Sierra se caía abajo, y así se bajaron, y trajeron mucha nieve, y carámbanos
para que viésemos porque nos parecía cosa muy nueva en estas partes”.
La
impresión general que produjo a Cortés el suelo de Anáhuac se refleja en
éstas sus solemnes palabras: “Por lo que yo he visto, y comprehendido cerca de
la similitud, que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad, como
en la grandeza, y fríos, que en ella hace, y en otras muchas cosas, que le
equiparan a
ella: me
pareció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra, era llamarse
Nueva España del Mar Océano; y así en nombre de Vuestra Majestad se le puso
aqueste nombre: humildemente suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien, y
mande que se nombre así”.
CAPITULO
III
Rasgos
religiosos de nuestra conquista
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